Unos cuantos varios días después de lo planeado llegué a La Paz.
En mi primer encuentro con Cochabamba, destino de procedencia, no había encontrado en ella nada que me deslumbre. La había mirado por primera vez con el corazón roto porque mi compañera de viaje abandonaba nuestros planes y sentí que Cochabamba no tenía nada que ofrecerme.
Es ridículo que el estado anímico pueda influir tanto en la manera en que se ven las cosas. Estaba en el sector de tierra boliviana en el que más importancia se le da a la comida, y pensaba que Cochabamba no tenía nada para mí.
Chau amiga y cierre de carreteras mediante, quedé atrapado 8 días en Cochabamba.
Cochabamba, en su corazón, es un mercado, y tiene, por cierto, el mercado más grande que haya podido imaginar. Cuadras y cuadras que se abrazan hermanándose y ofreciendo todo tipo de productos y servicios en una amplia paleta de calidades.
Antes de que abran las carreteras para poder avanzar y tomar mi bus a La Paz, Cochabamba me obligó a conocerla en sus profundidades y me hizo quererla. No menos importante, me regaló cuatro increíbles amigas inglesas para las que estar fuera de Londres implica poder vivir en minishort.
Es imposible viajar, y detenerte en cada lugar que llegás para conocerlo bien. Debo reconocer que nada me resulta más frustrante que alguien que visitó la misma ciudad que yo, hablando de algo que YO NO VI. Pongo fuerza para entender, y entiendo, que los lugares te muestran la parte que tienen para vos, y que no para todos tienen lo mismo. Sería inútil pretender con un relato hablar de lo que una ciudad es. Las ciudades son únicas para cada persona porque cada persona, aparte de visitar, esta viviendo su vida en ese lugar, tres horas, dos días o un mes.
Yo en Cochabamba aprendí, por ejemplo, que hay otra manera de conocer un lugar y que hay mucho para ver fuera de los límites del mapa que cae en manos del turista. También aprendí, que no siempre voy a poder conocer lugares profundamente porque se necesita de mucho tiempo y todo no se puede. Varios años de mi vida llevo intentando incorporar por cansancio esa frase que siempre cito y que a mucha gente le resulta negativa, "todo no se puede". Mas sin embargo, mi lectura desde un lado más optimista siempre ha sido la misma: "se puede mucho, pero todo no".
Aprendí que se puede viajar por una ciudad en las afueras de su casco histórico y concentración de entretenimientos. Que está lleno de cosas que día tras día no salen al escenario a brindar ningún show al visitante. Que conocer esa parte oculta de las ciudades, es una opción y no una obligación, y que es muy válido también, no querer ver más de lo que la ciudad, de buenas a primeras, te quiere mostrar. No es necesario ir a Morón para conocer mejor Buenos Aires. No es necesario que quieras hacerlo. Son distintas maneras de viajar, que yo pienso ir variando entre destino y destino dejándome llevar por la que me pinte.
Me canso de escuchar turistas que no quieren ser turista hablando, algo despectivamente, de sitios "demasiado turísticos". No puedo permitir que un alemán que tiene una foto en ojotas en el Perito Moreno, hable de lugares que son "demasiado turísticos". Los sitios "demasiado turísticos" representan para mí las primeras salidas con la persona que te gusta, poniéndose linda para ir al cine con vos. Yo me siento piropeado... Todo eso se puso así de lindo para conquistarme. No sé si me casaré o no con este pequeño lugar del mundo, pero quiero poner todo de mi parte para que tengamos una buena cita.
Dejando a Cochabamba en el mismo sitio que la había encontrado pero con un yo que había podido entender nuevas cosas, conocí la tan alta como profunda Ciudad de La Paz.
Había escuchado en algún momento de mi estadía en Bolivia algo del San Pedro y había escondido un poco la oreja porque soy, antes que nada, bastante miedoso. Todo lo que sabía del San Pedro no es mucho más de lo que sé ahora: es un cactus alucinógeno.
Mi compañera de San Pedro fue Lisa, una sueca de privilegiada voz para la música (del estilo "ah, que zarpada") amante de la naturaleza y con tintes hippies, de la que me hice amigo íntimo en un día, y con la que, pese a tener rumbos de viaje en dirección contraria (ella baja y se menea hasta Argentina, yo subo levantando las manos hasta México), nos encontramos queriéndonos en la Ciudad de La Paz. Sin plantearlo, como suele ser mejor, decidimos pasar juntos todo lo que nuestros planes madres nos lo permitían: unos días en La Paz, otros días en Coroico, y otros otros en La Paz.
Fuimos a despedirnos a Sorata, un pueblito en medio de las montañas, a 2800 metros sobre el nivel del mar, de clima semitropical e intensa vegetación, madre de ricas frutas, desde dónde se aprecia el altísimo, nevado e inactivo volcán Illampu, coronado de las mismas nubes que te pasan por al lado. Los mosquitos son de buen comer.
Como dice un dicho que no existe, y cito, "Por más escondida que tengas la oreja, si una chica con cara de buena y responsable lo aprueba empezás a escuchar". Ahí estaba ella, una chilena cara de buena y responsable platicando sobre el San Pedro. Asegurando y asegurándome que no pasaba nada.
Las chicas con cara de buena y responsable me dan confianza. Sin la cara de buena de mis amigas Petu, Marbi y Morius nunca hubiese probado el porro, la pepa y no sé qué cosa, respectivamente. Tampoco pretendo hacer tanto incapié en el tema drogas porque no soy un buen cliente de ese negocio. WRASTAFARAI
Ahora, que empezaba a escuchar, ya todos hablaban de que lo vendían legalmente como sucede con los caramelos, en la calle de las brujas, en La Paz.
Dame dos cuacharadas para mí y dos Para Elisa. A 10 bolivianos la cucharada resulta ser muy económico el bus a la luna.
Hacía varios días que lo teníamos en nuestro poder, descansando. Fuimos a Coroico pensando que ibamos a tomarlo y no lo hicimos y casi no voy a Sorata por mis ansias de avanzar hacia Copacabana y la Isla del Sol con su canción de mierda, para poder cruzar a Puno y pisar finalmente tierras peruanas. Es que estuve en Bolivia más de un mes y medio y pensaba que no iba a estar más de un mes, y en las mejores de mis fantasías me veo pronto en lugares donde haya calor y haga playa. Porque soy latino.
Lisa me dijo que lo único que lamentaba de que yo no vaya a Sorata era lo del San Pedro... que no sabía cuándo iba a sentirse cómoda para tomarlo con otra persona. Sabía de lo que hablaba y a mí me pasaba lo mismo justo ahora que ella lo ponía en palabras con su casi perfecto español de expresiones neutras. Otra vez influenciado por una chica con cara de buena y responsable.
Mientras el bus se aproximaba a destino se iba sintiendo que Sorata era una locura. La vista entera de la ciudad en las montañas desde la carretera se encontraba impresionante. Llegamos a la plaza central y preguntamos por el hostel que nos habían recomendado, "El Vergel".
Unos 20 minutos muy empinadamente hacia abajo del pueblo, por estrechos senderos de piedras en medio del bosque, justo a orillas del río, se encuentra "El Vergel", una casona granja ecofriendly que todo se autosustenta, que todo te recicla, que todo te cuida la naturaleza.
El pasado Domingo de Pascuas, en honor a los sábados de gloria, supimos que era el día de escabiarse unos San Pedros.
Hervimos agua y volcamos las cuatro cucharadas de polvos mágicos en un termo de medio litro. Nos encerramos en nuestro cuarto y repartimos la sopa en partes iguales sospechando de su espesa consistencia ya que la bruja lo había llamado "té".
Nunca supimos bien cómo se preparaba porque, a decir verdad, el San Pedro es vendido por cholitas en sus tiendas naturistas en pleno corazón de La Paz a las buenas de la ley, pero cuando preguntás por el famoso cactus te meten para adentro y te hacen sentir que al final tan legal no era.
"Como un té", volvía a responder cada vez que preguntaba.
El té venía sin masitas y con el peor gusto que haya catado mi paladar. Era amargo, espeso y daba asco. Era mucho para ser un gusto tan difícil de pasar. Entre arcadas y autopreguntándome por qué estaba tomando algo tan feo, logré terminar mi tasa. Era la 1 p.m.
Ya alguien me había comentado que te hacía sentir "un poco rara la panza". Salimos del hostel y nos quedamos una media hora sobre el puente que cruza el río y que abre camino a los paseos sugeridos del lugar, esperando ver qué pasaba. No pasaba nada.
Decidimos tomar el camino que conducía, valga la redundancia, a San Pedro, pueblo vecino que queda a dos horas y media a pie. Caminamos por un rato y el conductor de un auto al que antes habíamos preguntado si íbamos bien encaminados nos alcanzó, se detuvo y nos hizo dedo. Nos obligó cordialmente a acortar un poco el trayecto y a acompañarlo por unos minutos en su paseo dominguero. Y no pasaba nada.
Charla con el amable conductor mediante, bajamos a mitad de camino entre Sorata y San Pedro, con todo el San Pedro convertido en mil demonios que apuñalaban nuestros estómagos. "Un poco rara la panza", habían dicho.
Todo tenía olor a San Pedro, toda la naturaleza olía a San Pedro. Todo era un asco. Parado en la ruta que hacía las veces de precipicio, decidí acabar con el malestar y como el mejor de los bulímicos me metí un brazo en la boca. Ahí estaba yo, eliminando vía oral cada gota de gusto a mierda que tanto me había costado tomar. Y sin que pase nada.
Lisa estaba en las mismas y sin poder vomitar. Estabamos a mitad de camino y yo, que ya me sentía un poco mejor, la animé a emprender el regreso, convencido de que el San Pedro no iba a traernos más que malestares. Había que caminar y Lisa no quería caminar. Lisa quería tirarse a dormir al costado de la ruta hasta que todo pase. Yo le dije que no podía sumarme a su plan, recordándole que no soy hippie y que bastante en el medio de la montañas en un hostel ecofriendly me encontraba. Necesitaba una cama y un baño. Decidió venir conmigo.
Eran las 3 de la tarde y las pocas energías que teníamos las usábamos para caminar. Al modesto bienestar que había logrado tras devolver el San Pedro se lo llevaron preso y el estómago seguía pasando facturas.
Cuando poco faltaba para llegar al hostel, a eso de las 4 de la tarde, empecé a sentirme bien. No pasaba nada, pero me sentía bien. Lisa estaba agotada pero se reía mucho y yo empezaba a llenarme de energía sin darme cuenta. En mi verdadera versión de los hechos, yo había expulsado de mi cuerpo todo el espantoso brevaje.
Paramos a descansar. Yo notaba que Lisa estaba rara. La veía contenta pero, por sobre todas las cosas, la veía sin fuerzas. Inesperadamente desde abajo de la montaña que se convertía en el camino que transitábamos apareció un toro, y luego otro, y después otro, y otro, y otro más. 5 toros arengados a ramazos por una cholita estilo country brotaban de la montaña en dirección a mi persona, y yo, que no tengo dramas en curtir los miedos de una damisela, me entregué a la historia. Corrí por el camino en sentido retroceso y me subí a una colina esperando que la cholita country domadora de toros me rescate. Lisa, del otro lado, con el camino a casa liberado, paradita sin entender demasiado lo que pasaba, me vio empezar a correr.
Tras ser rescatado del paso de los toros, avancé sin pausa hasta asegurarme de encontrar a Lisa caminando con todas mis pertenencias que tuve que dejar tiradas al momento de la separación.
Ahí estaba Lisa, a pasitos del hostel, y yo la alcanzaba.
Todo lo que quería era dormir la siesta. Estaba bien, pero para mí si vomitás tenés que dormir la siesta.
Entramos al hostel sin hablar. Yo me fui al cuarto y me embutí en la bolsa de dormir sobre la cama. Pensaba dormir. Eran las 5 de la tarde. A partir de ese momento pocas cosas claras puedo contar. El sueño no me atrapaba y me empecé a reir bastante de sonseras que se me ocurrían. Para cuando caí en cuentas de lo que estaba sucediendo me encontraba en el pasillo que separaba las dos camas haciendo flexiones de brazos con la bolsa de dormir de falda tubo. En ese momento me abispé. Estaban pasando cosas. Agarré mi celular como anotador, porque el wifi lejos estaba de ser una posibilidad, abrí Twitter y escribí como borrador "necesito encontrar a Lisa y avisarle que a mi también me están pasando cosas con San Pedro". Me quité la falda, agarré toda la ropa que estaba para lavar y me la puse. Sentía ganas de estar cómodo y estar cómodo en ese lugar era estar sucio. Bajé al bosque, me perdi en él, y encontré una salida al río que nunca antes habia visto. Empecé a gritar cosas y a reírme. Me daba bronca estar gritando porque parecía que me estaba haciendo el drogado, pero tenía ganas de gritar, y gritar cosas es hacerse el drogado. Gritaba cosas que me daban risa. El río manejaba un caudal aturdecedor, con o sin San Pedro. A los 10 minutos de recorrer el río saltando y gritando vi entre las miles de rocas que acordonaban al río el cabello rojizo de Lisa entre las piedras. Lisa había estado todo ese tiempo a 10 metros y nunca nos habíamos visto. Tirada entre las rocas con cara de que no estaba preocupada nada y que todo le parecía alucinante, Lisa me decía que estaba preocupada por mí. Estabamos contentos de estar vivos, sanos y ahí. Estabamos festejando lo mismo (así se sentía en el alma) de muy distintas maneras. Lisa estaba toda relajada porque ella es hippie. Porque a ella el san pedro le pega por el movimiento de los árboles, el ruido de la naturaleza en su esplendor y la pasividad. A mí no, la naturaleza me encantaba en su conjunto pero no podía detenerme a mirar el movimiento de los árboles. La enregía se me salía del cuerpo y de todo me quería reír. Yo cuando me quiero reír soy mi mejor yo. Tenía ganas de reírme y me reía. Me estaba juntando conmigo y haciéndome los comentarios más graciosos que alguna vez había escuchado. Porque yo me conozco mejor que nadie y sé perfectamente lo que me hace reir. Para mí, reírme, es lo más importante que me pasa.
Yo me quería reír y me reía. Se me vino a la cabeza una situación muy extraña, brote de felicidad que me pasó justo unos días antes de dejar lejos Buenos Aires. Me había quedado a dormir en la casa de mi amiga Chela y su marido, y cuando nos fuimos a dormir nos dio un ataque de risa. Yo en esos días no podía creer que finalmente estaba sucediendo la idea de este viaje. No lo podía creer a nivel criatura. Me parecía algo de lo que venía hablando hace un montón, quemando cabezas de gente, ansioso y con miedo a finalmente no hacer todo lo que tenía que hacer como para poder salir al mundo. Me acuerdo que esa noche mientras me reía se me venía a la cabeza eso. Y no podía para de reírme. Parabamos y a los 5 minutos de silencio me agarraba un ataque de risa descomunal que se sentía como se siente la felicidad. En un momento avisé que tenía miedo de no parar de reírme nunca. Lo decía con ganas de llorar porque realmente sentía eso, que nunca iba a parar. Y me tentaba. Me dolía la cara y aunque intentaba parar no podía. Se me iba y me volvía como me ha pasado meses atras con mi maravillosa experiencia de una semana con hipo.
La felicidad se pone en la risa y yo estaba feliz.
Energía desbordada y Lisa miraba los árboles. Así de distinto puede ser viajar para cada uno. Así de distintos somos, así de distintas se comportan los lugares con cada uno.
Me deja muy tranquilo estar viajando como viajo, intentando respetar mis pensamientos y posiciones para con el lugar que me recibe. Conociendo más y conociéndome más.
Sin importarme cuál sea tu estilo, y quién haya estado leyendo esto, te deseo muchos viajes, lo más parecido posible a todo lo que te gusta de vos.
La noche del San Pedro terminé cagándome encima, pero ese es otro cuento que ahora no puedo contar.
Todo no se puede.