lunes, 5 de mayo de 2014

RELATO BOLIVIANO // Parte segunda (De chirimoyas y San Pedro)

Unos cuantos varios días después de lo planeado llegué a La Paz. 
En mi primer encuentro con Cochabamba, destino de procedencia, no había encontrado en ella nada que me deslumbre. La había mirado por primera vez con el corazón roto porque mi compañera de viaje abandonaba nuestros planes y sentí que Cochabamba no tenía nada que ofrecerme.
Es ridículo que el estado anímico pueda influir tanto en la manera en que se ven las cosas. Estaba en el sector de tierra boliviana en el que más importancia se le da a la comida, y pensaba que Cochabamba no tenía nada para mí. 
Chau amiga y cierre de carreteras mediante, quedé atrapado 8 días en Cochabamba.
Cochabamba, en su corazón, es un mercado, y tiene, por cierto, el mercado más grande que haya podido imaginar. Cuadras y cuadras que se abrazan hermanándose y ofreciendo todo tipo de productos y servicios en una amplia paleta de calidades. 
Antes de que abran las carreteras para poder avanzar y tomar mi bus a La Paz,  Cochabamba me obligó a conocerla en sus profundidades y me hizo quererla. No menos importante, me regaló cuatro increíbles amigas inglesas para las que estar fuera de Londres implica poder vivir en minishort.
Es imposible viajar, y detenerte en cada lugar que llegás para conocerlo bien. Debo reconocer que nada me resulta más frustrante que alguien que visitó la misma ciudad que yo, hablando de algo que YO NO VI. Pongo fuerza para entender, y entiendo, que los lugares te muestran la parte que tienen para vos, y que no para todos tienen lo mismo. Sería inútil pretender con un relato hablar de lo que una ciudad es. Las ciudades son únicas para cada persona porque cada persona, aparte de visitar, esta viviendo su vida en ese lugar, tres horas, dos días o un mes.
Yo en Cochabamba aprendí, por ejemplo, que hay otra manera de conocer un lugar y que hay mucho para ver fuera de los límites del mapa que cae en manos del turista. También aprendí, que no siempre voy a poder conocer lugares profundamente porque se necesita de mucho tiempo y todo no se puede. Varios años de mi vida llevo intentando incorporar por cansancio esa frase que siempre cito y que a mucha gente le resulta negativa, "todo no se puede". Mas sin embargo, mi lectura desde un lado más optimista siempre ha sido la misma: "se puede mucho, pero todo no".
Aprendí que se puede viajar por una ciudad en las afueras de su casco histórico y concentración de entretenimientos. Que está lleno de cosas que día tras día no salen al escenario a brindar ningún show al visitante. Que conocer esa parte oculta de las ciudades, es una opción y no una obligación, y que es muy válido también, no querer ver más de lo que la ciudad, de buenas a primeras, te quiere mostrar. No es necesario ir a Morón para conocer mejor Buenos Aires. No es necesario que quieras hacerlo. Son distintas maneras de viajar, que yo pienso ir variando entre destino y destino dejándome llevar por la que me pinte.
Me canso de escuchar turistas que no quieren ser turista hablando, algo despectivamente, de sitios "demasiado turísticos". No puedo permitir que un alemán que tiene una foto en ojotas en el Perito Moreno, hable de lugares que son "demasiado turísticos". Los sitios "demasiado turísticos" representan para mí las primeras salidas con la persona que te gusta, poniéndose linda para ir al cine con vos. Yo me siento piropeado... Todo eso se puso así de lindo para conquistarme. No sé si me casaré o no con este pequeño lugar del mundo, pero quiero poner todo de mi parte para que tengamos una buena cita.
Dejando a Cochabamba en el mismo sitio que la había encontrado pero con un yo que había podido entender nuevas cosas, conocí la tan alta como profunda Ciudad de La Paz.

Había escuchado en algún momento de mi estadía en Bolivia algo del San Pedro y había escondido un poco la oreja porque soy, antes que nada, bastante miedoso. Todo lo que sabía del San Pedro no es mucho más de lo que sé ahora: es un cactus alucinógeno.
Mi compañera de San Pedro fue Lisa, una sueca de privilegiada voz para la música (del estilo "ah, que zarpada") amante de la naturaleza y con tintes hippies, de la que me hice amigo íntimo en un día, y con la que, pese a tener rumbos de viaje en dirección contraria (ella baja y se menea hasta Argentina, yo subo levantando las manos hasta México), nos encontramos queriéndonos en la Ciudad de La Paz. Sin plantearlo, como suele ser mejor, decidimos pasar juntos todo lo que nuestros planes madres nos lo permitían: unos días en La Paz, otros días en Coroico, y otros otros en La Paz. 
Fuimos a despedirnos a Sorata, un pueblito en medio de las montañas, a 2800 metros sobre el nivel del mar, de clima semitropical e intensa vegetación, madre de ricas frutas, desde dónde se aprecia el altísimo, nevado e inactivo volcán Illampu, coronado de las mismas nubes que te pasan por al lado. Los mosquitos son de buen comer.
Como dice un dicho que no existe, y cito, "Por más escondida que tengas la oreja, si una chica con cara de buena y responsable lo aprueba empezás a escuchar". Ahí estaba ella, una chilena cara de buena y responsable platicando sobre el San Pedro. Asegurando y asegurándome que no pasaba nada.
Las chicas con cara de buena y responsable me dan confianza. Sin la cara de buena de mis amigas Petu, Marbi y Morius nunca hubiese probado el porro, la pepa y no sé qué cosa, respectivamente. Tampoco pretendo hacer tanto incapié en el tema drogas porque no soy un buen cliente de ese negocio. WRASTAFARAI
Ahora, que empezaba a escuchar, ya todos hablaban de que lo vendían legalmente como sucede con los caramelos, en la calle de las brujas, en La Paz. 
Dame dos cuacharadas para mí y dos Para Elisa. A 10 bolivianos la cucharada resulta ser muy económico el bus a la luna.
Hacía varios días que lo teníamos en nuestro poder, descansando. Fuimos a Coroico pensando que ibamos a tomarlo y no lo hicimos y casi no voy a Sorata por mis ansias de avanzar hacia Copacabana y la Isla del Sol con su canción de mierda, para poder cruzar a Puno y pisar finalmente tierras peruanas. Es que estuve en Bolivia más de un mes y medio y pensaba que no iba a estar más de un mes, y en las mejores de mis fantasías me veo pronto en lugares donde haya calor y haga playa. Porque soy latino.
Lisa me dijo que lo único que lamentaba de que yo no vaya a Sorata era lo del San Pedro... que no sabía cuándo iba a sentirse cómoda para tomarlo con otra persona. Sabía de lo que hablaba y a mí me pasaba lo mismo justo ahora que ella lo ponía en palabras con su casi perfecto español de expresiones neutras. Otra vez influenciado por una chica con cara de buena y responsable.
Mientras el bus se aproximaba a destino se iba sintiendo que Sorata era una locura. La vista entera de la ciudad en las montañas desde la carretera se encontraba impresionante. Llegamos a la plaza central y preguntamos por el hostel que nos habían recomendado, "El Vergel".
Unos 20 minutos muy empinadamente hacia abajo del pueblo, por estrechos senderos de piedras en medio del bosque, justo a orillas del río, se encuentra "El Vergel", una casona granja ecofriendly que todo se autosustenta, que todo te recicla, que todo te cuida la naturaleza.
El pasado Domingo de Pascuas, en honor a los sábados de gloria, supimos que era el día de escabiarse unos San Pedros.
Hervimos agua y volcamos las cuatro cucharadas de polvos mágicos en un termo de medio litro. Nos encerramos en nuestro cuarto y repartimos la sopa en partes iguales sospechando de su espesa consistencia ya que la bruja lo había llamado "té".
Nunca supimos bien cómo se preparaba porque, a decir verdad, el San Pedro es vendido por cholitas en sus tiendas naturistas en pleno corazón de La Paz a las buenas de la ley, pero cuando preguntás por el famoso cactus te meten para adentro y te hacen sentir que al final tan legal no era. 
"Como un té", volvía a responder cada vez que preguntaba. 
El té venía sin masitas y con el peor gusto que haya catado mi paladar. Era amargo, espeso y daba asco. Era mucho para ser un gusto tan difícil de pasar. Entre arcadas y autopreguntándome por qué estaba tomando algo tan feo, logré terminar mi tasa. Era la 1 p.m.
Ya alguien me había comentado que te hacía sentir "un poco rara la panza". Salimos del hostel y nos quedamos una media hora sobre el puente que cruza el río y que abre camino a los paseos sugeridos del lugar, esperando ver qué pasaba. No pasaba nada.
Decidimos tomar el camino que conducía, valga la redundancia, a San Pedro, pueblo vecino que queda a dos horas y media a pie. Caminamos por un rato y el conductor de un auto al que antes habíamos preguntado si íbamos bien encaminados nos alcanzó, se detuvo y nos hizo dedo. Nos obligó cordialmente a acortar un poco el trayecto y a acompañarlo por unos minutos en su paseo dominguero. Y no pasaba nada.
Charla con el amable conductor mediante, bajamos a mitad de camino entre Sorata y San Pedro, con todo el San Pedro convertido en mil demonios que apuñalaban nuestros estómagos. "Un poco rara la panza", habían dicho.
Todo tenía olor a San Pedro, toda la naturaleza olía a San Pedro. Todo era un asco. Parado en la ruta que hacía las veces de precipicio, decidí acabar con el malestar y como el mejor de los bulímicos me metí un brazo en la boca. Ahí estaba yo, eliminando vía oral cada gota de gusto a mierda que tanto me había costado tomar. Y sin que pase nada.
Lisa estaba en las mismas y sin poder vomitar. Estabamos a mitad de camino y yo, que ya me sentía un poco mejor, la animé a emprender el regreso, convencido de que el San Pedro no iba a traernos más que malestares. Había que caminar y Lisa no quería caminar. Lisa quería tirarse a dormir al costado de la ruta hasta que todo pase. Yo le dije que no podía sumarme a su plan, recordándole que no soy hippie y que bastante en el medio de la montañas en un hostel ecofriendly me encontraba. Necesitaba una cama y un baño. Decidió venir conmigo.
Eran las 3 de la tarde y las pocas energías que teníamos las usábamos para caminar. Al modesto bienestar que había logrado tras devolver el San Pedro se lo llevaron preso y el estómago seguía pasando facturas.
Cuando poco faltaba para llegar al hostel, a eso de las 4 de la tarde, empecé a sentirme bien. No pasaba nada, pero me sentía bien. Lisa estaba agotada pero se reía mucho y yo empezaba a llenarme de energía sin darme cuenta. En mi verdadera versión de los hechos, yo había expulsado de mi cuerpo todo el espantoso brevaje.
Paramos a descansar. Yo notaba que Lisa estaba rara. La veía contenta pero, por sobre todas las cosas, la veía sin fuerzas. Inesperadamente desde abajo de la montaña que se convertía en el camino que transitábamos apareció un toro, y luego otro, y después otro, y otro, y otro más. 5 toros arengados a ramazos por una cholita estilo country brotaban de la montaña en dirección a mi persona, y yo, que no tengo dramas en curtir los miedos de una damisela, me entregué a la historia. Corrí por el camino en sentido retroceso y me subí a una colina esperando que la cholita country domadora de toros me rescate. Lisa, del otro lado, con el camino a casa liberado, paradita sin entender demasiado lo que pasaba, me vio empezar a correr.
Tras ser rescatado del paso de los toros, avancé sin pausa hasta asegurarme de encontrar a Lisa caminando con todas mis pertenencias que tuve que dejar tiradas al momento de la separación.
Ahí estaba Lisa, a pasitos del hostel, y yo la alcanzaba. 
Todo lo que quería era dormir la siesta. Estaba bien, pero para mí si vomitás tenés que dormir la siesta.
Entramos al hostel sin hablar. Yo me fui al cuarto y me embutí en la bolsa de dormir sobre la cama. Pensaba dormir. Eran las 5 de la tarde. A partir de ese momento pocas cosas claras puedo contar. El sueño no me atrapaba y me empecé a reir bastante de sonseras que se me ocurrían. Para cuando caí en cuentas de lo que estaba sucediendo me encontraba en el pasillo que separaba las dos camas haciendo flexiones de brazos con la bolsa de dormir de falda tubo. En ese momento me abispé. Estaban pasando cosas. Agarré mi celular como anotador, porque el wifi lejos estaba de ser una posibilidad, abrí Twitter y escribí como borrador "necesito encontrar a Lisa y avisarle que a mi también me están pasando cosas con San Pedro". Me quité la falda, agarré toda la ropa que estaba para lavar y me la puse. Sentía ganas de estar cómodo y estar cómodo en ese lugar era estar sucio. Bajé al bosque, me perdi en él, y encontré una salida al río que nunca antes habia visto. Empecé a gritar cosas y a reírme. Me daba bronca estar gritando porque parecía que me estaba haciendo el drogado, pero tenía ganas de gritar, y gritar cosas es hacerse el drogado. Gritaba cosas que me daban risa. El río manejaba un caudal aturdecedor, con o sin San Pedro. A los 10 minutos de recorrer el río saltando y gritando vi entre las miles de rocas que acordonaban al río el cabello rojizo de Lisa entre las piedras. Lisa había estado todo ese tiempo a 10 metros y nunca nos habíamos visto. Tirada entre las rocas con cara de que no estaba preocupada nada y que todo le parecía alucinante, Lisa me decía que estaba preocupada por mí.  Estabamos contentos de estar vivos, sanos y ahí. Estabamos festejando lo mismo (así se sentía en el alma) de muy distintas maneras. Lisa estaba toda relajada porque ella es hippie. Porque a ella el san pedro le pega por el movimiento de los árboles, el ruido de la naturaleza en su esplendor y la pasividad. A mí no, la naturaleza me encantaba en su conjunto pero no podía detenerme a mirar el movimiento de los árboles. La enregía se me salía del cuerpo y de todo me quería reír. Yo cuando me quiero reír soy mi mejor yo. Tenía ganas de reírme y me reía. Me estaba juntando conmigo y haciéndome los comentarios más graciosos que alguna vez había escuchado. Porque yo me conozco mejor que nadie y sé perfectamente lo que me hace reir. Para mí, reírme, es lo más importante que me pasa.
Yo me quería reír y me reía. Se me vino a la cabeza una situación muy extraña, brote de felicidad que me pasó justo unos días antes de dejar lejos Buenos Aires. Me había quedado a dormir en la casa de mi amiga Chela y su marido, y cuando nos fuimos a dormir nos dio un ataque de risa. Yo en esos días no podía creer que finalmente estaba sucediendo la idea de este viaje. No lo podía creer a nivel criatura. Me parecía algo de lo que venía hablando hace un montón, quemando cabezas de gente, ansioso y con miedo a finalmente no hacer todo lo que tenía que hacer como para poder salir al mundo. Me acuerdo que esa noche mientras me reía se me venía a la cabeza eso. Y no podía para de reírme. Parabamos y a los 5 minutos de silencio me agarraba un ataque de risa descomunal que se sentía como se siente la felicidad. En un momento avisé que tenía miedo de no parar de reírme nunca. Lo decía con ganas de llorar porque realmente sentía eso, que nunca iba a parar. Y me tentaba. Me dolía la cara y aunque intentaba parar no podía. Se me iba y me volvía como me ha pasado meses atras con mi maravillosa experiencia de una semana con hipo. 
La felicidad se pone en la risa y yo estaba feliz.


Energía desbordada y Lisa miraba los árboles. Así de distinto puede ser viajar para cada uno. Así de distintos somos, así de distintas se comportan los lugares con cada uno.
Me deja muy tranquilo estar viajando como viajo, intentando respetar mis pensamientos y posiciones para con el lugar que me recibe. Conociendo más y conociéndome más. 
Sin importarme cuál sea tu estilo, y quién haya estado leyendo esto, te deseo muchos viajes, lo más parecido posible a todo lo que te gusta de vos.



La noche del San Pedro terminé cagándome encima, pero ese es otro cuento que ahora no puedo contar. 
Todo no se puede.

sábado, 29 de marzo de 2014

RELATO BOLIVIANO // Parte Primera (o del sur al centro)

Bolivia está bien. Bolivia tiene algo que hace que todo esté bien.
Tras una entrada en calor a dedo por el norte Argentino en compañía de mi amiga Chela, llegamos a la Quiaca para cruzar a Villazón. Por más esfumadas que estén las costumbres de los pueblos y ciudades fronterizas, del otro lado, a 20 metros, te espera otro país.
Doce minas ofreciendo pasajes a los gritos se te vienen al humo. Tiran precio, se pelean, rebajan, siguen peleando, rebajan más, y en un periquete que resulta eterno, alguna se autoproclama vencedora y saca de juego a las 11 restantes que inmediatamente corren a repetir el número ante otros nuevos turistas ingresantes al país. Mudo, pero con una sonrisa, pero a medio dibujar, ya estaba arriba de un bus de conductor somnoliento, con destino TupizaUn sitio bastante chico, 40% cholitas rodeadas de coloradísimos cerros colorados.
Si bien había intentado hacerme una idea, nunca había estado en territorio boliviano... y mi imaginación se había quedado corta. 
La adaptabilidad del ser humano es una de las cosas mas increíbles en las que pienso. Y no lo digo por ellos, lo digo por mí. Tras el momento hermoso de la importante sorpresa de encontrarme en un lugar que no sabía que existía (al menos no sabía su modo de existir) salí del asombro para poder enfocar en cada cosa que allí sucedía. Un ratito después, ahí andaba yo, pretendiendo ser el más boliviano de todos los bolivianos.
No había pasado mucho tiempo de mi entrada al país que ya había notado que Bolivia conmigo tenía la mejor. Y no va que se me cruzo un mercado... WELCOME TO BOLIVIA
Dios sabe que si hay un lugar en el mundo en el que yo soy feliz es en un mercado boliviano y en cualquier lugar del mundo donde la comida sea abundante. A Bolivia le abundan los mercados de comida abundante, solo hace falta darle protagonismo a lo que dice el paladar y, previo, hacer la vista obesa a todo lo que es higiene y bromatología porque esta vez no va a poder ser. Pero sigo vivo, con la panza llena y el corazón de fiesta.
La amplia oferta de platos suculentos no me deja pensar. Necesito que sean todos los almuerzos y cenas de la semana al mismo tiempo cada vez que entro a un mercado porque cuesta elegir cuando la variedad es tan grande y tentadora. Silpancho, pailita, sopa de maní con papas fritas, guisos, salchipapa, pique macho, api con pastel, tojorí con leche, buñuelos y tachame la doble y transplantame el hígado.
A mi criterio, calificando desde sur a centro del país, que es lo que abarca este relato, el puesto 1 en mercados comunitarios es para la blanquísima ciudad de Sucre.
Un tren semi nocturno nos deja en Uyuni para hacer el típico tour de "3 días, 6 personas, un jeep" por el salar más grande del mundo y alrededores. Y vaya que los alrededores, pueden valer la pena tanto o más que el mismo protagonista.
Aún poniendo todas las fichas en el recorrido y sus atractivos, a los que sólo se accede contratando el tour, la belleza de los paisajes bolivianos me cacheteó fuerte, y yo puse mi cara a su disposición.
Lagunas de colores, un desierto, volcanes, flamencos, respiraciones volcánicas, termas en el medio de las montañas y noche en un hotel de sal. Es cierto, y sobre todo si no te toca un buen grupo, que los traslados de un lugar a otro pueden resultar tediosos, más aun en el tercer día de viaje, pero cada parada le hace justicia a todo el traqueteo que pagaste para llegar. Estás ahí, paradito ante una inmesidad natural de majestuoso look y ya no importa nada.
Toda la arquitectura de la colonización española con un gran pasado dorado, minada de vendedoras callejeras, y reciclada en algo que termina resultando mucha más "les quedó pintoresco" que "se vino a pique la gran ciudad", aparece cuando piso Potosí, mi primera gran ciudad destino. La información que hay en las calles de Potosí es tanta como lo que se hace sentir la altura cuando intentás avanzar por sus calles empinadas. La cámara me pide a gritos que la saque a registrar en videos todo lo que la ciudad me muestra pero todo lo que me llama la atención gira en torno a, por lo menos, una chola que se encarga de hacerme saber que detestan que las filmen. Coquetas.
Es que todo lo que sucede en las calles de Potosí generalmente es responsabilidad de una chola hablando en diminutivo. Todo es en diminutivo. Si sus típicas humitas se hubiesen llamado humas, ellas igual hubieran dicho humitas.
El análisis de la indumentaria de las cholitas, probablemente, merezca un post aparte. La curiosidad por este tipo de rituales del vestir, involuntariamente me llevan a preguntar todo lo que puedo. Y lo que no puedo, queda a la vista: acababa de llegar a Sucre y una cholita se reduce sobre una rejilla callejera y desplegando el vuelo de su acampanada falda se echa un cloro. Servite.
Sucre es blanca y limpia y de preciosas plazas perfectas. En Sucre se me llena todo de bolivianas sin intenciones de mantener las tradiciones. Jóvenes de ciudad, de uniformes caros de día y super empilchados de noche (y dije super) son la nueva realidad de la primera capital constitucional del país.
Y lo que pasa con la gente, se refleja en la ciudad. Sucre me deslumbra al igual que su opuesta Potosí.
Hoy estoy en Cochabamba, tras unos días en Santa Cruz de la Sierra, esperando el momento en que los mineros desbloqueen las carreteras que tienen de rehén y a favor de sus reclamos, para llegar a mi próximo destino, La Paz.
Con unos pocos días de anticipación y antes de llegar al mes, con plan inicial de un año, mi compañera de viaje y amiga Chela se volvió a Buenos Aires.
Me tomé el día para tratar de no entender cómo la vida pueda ser tan loca, esperando saber nunca lo que va a pasar a mañana.
En mi primer encuentro a solas conmigo mismo viajando fui al mercado y una señora llamada María se interesó por lo que yo tenía para contar: era mi primer día solo y me dolía la panza. 
Hablamos, desayuné su arroz con leche, y no dejó que le pague. Me apuró saludándome con un beso y diciendo que guarde esa platita para llegar más lejos.

Bolivia me tiene en los mercados, donde una buena preparadora de tojorí con leche me hace desayunar y charlar con ella de su vida y de la mía. Y sorprenderme de todo lo que surge cuando uno habla con gente que vive de otra manera. Donde alguna tímida cholita se suelta, se anima y quiere preguntarte todo mientras te sirve su guiso de arvejas. 
Sólo en la medida que te entregues a la sorpresa de lugares que no sabías que existían, con costumbres que no sabías que se practicaban y la vista gorda que puedas hacerle a la higiene de las cocinas que te alimentan, vas a tener un buen viaje, y Bolivia conmigo hace lo que quiere.
Vuelve a empezar el viaje y voy solo.
Me va a quedar bien.




lunes, 17 de marzo de 2014

REFLEXIONES DE UN DÍA DE DESCANSO

No es tan simple (y tanto a la vez) salir al mundo a ver qué pasa.
Desprogramar las construcciones costumbristas de la vida fija en Buenos Aires me lleva tanto tiempo como viajar.
Tuve, y tengo por delante, que inventar mis propias reglas para aprender a vivir mientras viajo, porque viajar no es estar de vacaciones. 
Viajar no es estar de vacaciones porque no tengo una cantidad de dinero para gastar durante un determinado período de tiempo. Sé que hará falta en algún momento, pero con todas las ganas que me caracterizan cuando hago lo que quiero, buscaré algún trabajito que me tire alguna que otra moneda, de algún que otro país, para continuar viviendo y viajando más (y en una de esas hasta cumplo mi sueño de ser mesero). Porque vivir viajando es, en la mayoría de los casos, más barato que estar fijo en un lugar.
Es más barato porque está lleno de gente que te sube a su auto para hacerte avanzar unos kilómetros sin gastar un peso a cambio de una charla rutera. Gente que te comparte comida porque sí. Gente que te da lo que no tiene porque te escucha contar que lo que vos querés es viajar, y conocer el mundo, mientras vivís. Gente que apuesta a tu proyecto y a la que se le ve en la cara la alegría que le genera que te animes a salirte un poco de los mayoritarios ritmos de vida en los que ya no te sentías cómodo para hacer lo que tenés ganas de hacer.
Viajar no es estar de vacaciones porque no pierdo el tiempo estando quieto y sin hacer nada en un lugar que no conozco. Porque no se puede ser turista 24 horas 7 días a la semana. Porque no hay reloj que me empuje hacia el monumento más impresionante, ni a la Iglesia de no se cuántos millones de años atrás, ni a los maravillosos cerros con forma de pene.
Viajar no es estar de vacaciones porque voy trabajando. Trabajar hoy es, para mí, recorrer el nuevo lugar al que hemos llegado, con mochiyunque y mochila al hombro buscando el lugar más barato para pasar la noche. Porque no me importa dónde duermo si cumplo mi sueño cuando voy despierto. Porque me meto entre la gente del lugar para alimentarme rico y baratito. Y conocemos, y probamos, y charlamos, y vivimos... Todo el tiempo viviendo. A veces vivir te quita tiempo para entrar al museo. 
Viajar no es estar de vacaciones porque moverte con tu casita al hombro cansa y hay que recuperar energías. Hay que trasladarse, con todas tus pocas pertenencias a cuestas, y buscar un lugar donde dejar tus cosas, y alimentarse, y probar nuevas comidas, y lavar la ropa, y ensuciarla, y conocer gente, y encontrar en esa gente a tus amigos. O no, pero charlar, y aprender, nuevas costumbres y nuevas palabras, y divertirse, y llorar de risa, y llorar, y emborracharse y descansar. Hay que descansar. Porque mientras viajo estoy viviendo y el tiempo que "pierda" hoy lo tendré mañana. Porque mañana no tengo que estar a ninguna hora en ningún lugar.
Ni mañana, ni dentro de una semana, ni dentro de un mes tengo que regresar a ningún lado a reanudar mi vida. Mi vida es esta que va viajando. Y yo me siento bien.

domingo, 9 de marzo de 2014

EUROPA PARA MÍ

Mientras viajo intento capturar en cortos videos el espíritu de los lugares que visito para luego construir con esos videos otro video que transmita mi mirada de esos lugares, de su gente, de sus costumbres y de lo que me pasa a mí cuando todos esos factores son mi realidad.

Esto fue Europa para mí.

Ojalá que te den ganas de viajar. Y que lo hagas.

 

lunes, 13 de enero de 2014

RUMBO NORTE

En mayo de 2013 me tomé unas merecidas vacaciones luego de dos años ininterrumpidos de mucho trabajo, con jornadas de largas horas, donación de fines de semanas y mucho compromiso laboral ocupando la mayor parte de mi cabeza. No pude volver.
Volví de cuerpo porque hay momentos en los que uno duda de si renegar de la rutina que genera estar anclado en la misma ciudad está bien o es muy Yago pasión Morena. 
Por suerte, tras varios intentos poco felices de incorporarme a la rutina laboral con una sonrisa y profesionalismo, me empecé a convencer de que lo que menos me convenía era convencerme de volver a hacer algo que justo ahora no tenía ganas de hacer. A veces encapricharse sirve de mucho. 
Vencido por el miedo a que la vida se me pase y no haber estado más tiempo conociendo lugares que no sabía que existían, activé los cambios (ch ch changes): dejé el departamento que alquilaba y me fui a vivir de prestado, para luego renunciar al trabajo y quedar con el calendario bien en blanco como para pisar Salta el 3 de marzo de 2014 y arrancar a sorprenderme rumbo norte.
Estoy un poco asustado porque la vida con dinero me queda de perlas, pero apuesto mis modestos ahorros a que los voy a hacer valer más haciendo lo que tengo ganas de hacer: viajar mucho, tipo Marley, pero con poco presupuesto y remera lisa.
Reducir el baño a un botiqueen, el placard a una mochila, y ampliar la casa al mundo (y además que en el bolsillo derecho del pantalón cargo cabe justo un conjuntito de El Burgués)

Por mi viaje revelador de vagancia del año pasado sospecho que voy a tener ganas de escribir, así que me hice este blog. Tranca. Piola. On the rocks.